domingo, 7 de septiembre de 2008

Tacto, es la clave para ejercer el poder sin fracasar en el intento


Publicado por El Nacional
Por Rafael P. Rodríguez


El difícil equilibrio para que una medida no desborde el umbral de acontecimientos es el arte de gobernar con sabiduría.

Se pueden ensayar múltiples enfoques sobre el ejercicio de la actividad preponderante y compleja que llaman el poder.

Ninguno puede prescindir del hecho de que se trata, dadas sus limitaciones en el tiempo y en la vida humana, que es tan breve, de una ilusión.

Sin límites y sin condicionantes el poder se convierte en una monstruosidad que terminará cayendo derribada desde su pesada e inhumana desproporción.

Olvidar esas debilidades y relatividades implícitas en las relaciones de poder y en su ejercicio organizador de voluntades, astucias y contradicciones ha conllevado suficientes sobresaltos como para que no todo el mundo esté en condiciones de tenerlo entre sus manos.

Un ejemplo clásico es el de este país, en el que muy raras veces han ejercido la primera magistratura, llamada también la presidencia, personas de cuna de lujo y de la nobleza ninguna.

Aquél hombre que ostentó más que ejercer el poder con dignidad, el título de marqués de Las Carreras como un premio del que se debió haber reído el imperio español, su concesionario agradecido, murió sin sentirse patético con un título nobiliario risible y espurio.

Tener algún poder es humano. Amarlo a cualquier precio obliga a pagarlo caro.

Si el no ejercicio efectivo del poder coloca en situación de riesgo a los rezagados, el exceso de ejercicio contiene aún más riesgos a corto o largo plazos.

Ciertos textos orientales que se tienen como cuestión sagrada y se les respeta como si lo fueran aconsejan dejar fluir el poder.

Poder y Representación

Después de todo, ese poder es representación, imagen, símbolo, no la realidad en su potencialidad, en su devenir inmediato.

La gente es muy llamada por el poder, desde quien se arroga el tener un compadre en la Presidencia hasta el que le limpia los zapatos a un ministro.

El poder es cuestión animal, instinto, gregariedad. Es una ánfora llena de provisiones que van de lo tóxico a lo subliminal. Que van del engaño a la factualidad.

El poder se suele jactar de una neutralidad que nunca ha tenido, en un silencio que nunca le ha lucido, en un espíritu de fuerza que arriesga lo humano de todo lo que hace este animal lleno de dudas que los griegos llamaron zoon politikon, el animal político.

Los políticos y las políticas que no han tenido en cuenta la cuestión del sentimiento humano han probado temprano el comprensible fracaso.

Todo lo que hace el ser humano tiene un “sello”, una intención, una aspiración de categoría social.
Ocurre por vía de leyes que no son evidentes pero que suceden.

Todo acto de poder es en el fondo represivo, discriminador.

Seduce a unos, lleva temor u odio o deseo de venganza o de pugnacidad en los contrarios al acto ejecutado porque los afecta de un modo u otro.

Si como dijera algún soberano de cuyo nombre no es necesario acordarse y se repitiera en esta insularidad sufriente, el poder es para usarlo, como se trata no de una maquinaria de demoler nada sino de construir algo, ese poder goza de un correlato histórico que es preciso reconstruir cada día.

El poder es memoria también y sólo los necios olvidan que cada acción trae una réplica, cada acto deja un registro, cada movimiento un enigma posible, cada inacción una oportunidad perdida.

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