lunes, 1 de septiembre de 2008

DEMOCRACIA MULTI-REPRESENTATIVA


Resumen

La tesis central del presente artículo es que la representación política universal e inorgánica, inherente al modelo de democracia representativa, puede y debe ser mejorada con la incorporación de representación orgánica, por un lado, y de selección aleatoria de los representantes, por el otro, dando como resultado un nuevo modelo de democracia al que se denomina democracia multi-representativa. El propósito es ofrecer una respuesta institucional, y al mismo tiempo inspirada en la filosofía de la democracia participativa, al problema del "desencanto" de los ciudadanos con los resultados de la democracia representativa. Al asumir que ese desencanto y que las causas de estos deficientes resultados están en gran medida ubicados en los partidos políticos y en los procesos electorales, que son los principales componentes vinculados a la representación inorgánica, la defensa del nuevo tipo de representación, orgánica y aleatoria, se efectúa indicando cómo logra superar las fallas que se derivan de aquéllos. No se trata de adoptar una posición "anti-partido", sino de reconocer sus limitaciones estructurales y de intentar superarlas pluralizando la representación, que hasta ahora han monopolizado los partidos políticos, mediante la incorporación directa de la sociedad civil a las instituciones estatales representativas.



1. Democracia multi-representativa y nuevas tendencias de la teoría de la democracia


La insatisfacción con la democracia representativa de inspiración liberal ha dado lugar a lo largo de las últimas décadas a una creciente ola de autores, pertenecientes a las más variadas nacionalidades y corrientes del pensamiento político y social en general, que vienen coincidiendo en la necesidad de "repensar" la teoría de la democracia alrededor de algunos planteamientos comunes entre los cuales se encuentran : a) una democracia mucho más participativa y abierta, que reduzca las desigualdades extremas y favorezca en cambio la igualdad de oportunidades, que incorpore nuevos temas al debate, nuevos actores y nuevas formas de discurso político; b) una democracia mucho más comunicativa y deliberativa dentro de nuevas esferas públicas que trasciendan los estrechos límites de las instituciones políticas del Estado democrático-representativo; que forme una red de múltiples lugares públicos dentro de la sociedad civil en los que participen las más variadas asociaciones y movimientos sociales conectados comunicativamente entre sí y con las instituciones estatales; c) una democracia orientada a promover y proteger el bien común y el bienestar de la colectividad; d) una democracia que ofrezca numerosos centros de resistencia para contrarrestar las tendencias coactivas de las instituciones estatales; y e) una democracia que no discrimine las diferencias cada vez más variadas de estas sociedades postmodernas, sino que las asuma positivamente.

Sobre todo, la idea de las diferencias va más allá de las reconocidas por la teoría pluralista de la democracia que se sustentaba en un orden integrado de intereses. Las diferencias se presentan ahora de manera fragmentada y sin una clara base de consenso sobre la cual desplegarse . "En su ausencia, la diversidad se manifiesta como fragmentación. Tanto las sociedades latinoamericanas como las europeas se caracterizan hoy en día por la disolución de un horizonte cultural común en subculturas segmentadas." (Lechner, 1995: 113). Por lo que las instituciones del modelo pluralista encargadas de cumplir las funciones de "articulación" y "agregación" - los partidos políticos y los grupos de intereses- ya no resultan suficientes. Muy acertadamente, con el fin de enfatizar las diferencias del nuevo tipo de pluralismo, Connolly (1995) ha propuesto el término "pluralización" en lugar del de "pluralismo". Para otros autores, no hay una ruptura con el viejo pluralismo, sino que estaríamos en presencia de una nueva forma de manifestarse mucho más radical:

"Lo que parece ser una confrontación entre concepciones del pluralismo irreconciliablemente opuestas es, sin embargo, algo así como una exageración o exacerbación de posiciones que comparten ciertas creencias ideológicas. Las nociones de la diferencia que acentúan la singularidad étnica, racial, religiosa o de género son extensiones radicales, y no rechazos, del pluralismo..." (Wolin, 1996: 152).

Por mi lado, me hallo en sintonía con esta corriente renovadora. Sin embargo, estos esfuerzos por revisar la teoría de la democracia en los términos bosquejados anteriormente, a pesar de los avances ya logrados y de las coincidencias alcanzadas, tienen ante sí retos a los que es preciso dar respuesta si no se quiere que al final queden en una moda intelectual más, y, por el contrario, se aspira a que constituyan la fuente de verdaderos cambios políticos y sociales.

Entre esos retos se halla el de darle viabilidad institucional al proyecto de la nueva democracia, y dentro de él, el más concreto relacionado con el vínculo que ha de establecerse entre la multiplicidad de las esferas públicas e intereses diferenciados de la sociedad civil y las instituciones políticas de la vieja democracia representativa, cuya existencia no es negada por la gran mayoría de los pensadores, al menos en forma absoluta. Y es aquí donde, justamente, la democracia multi-representativa puede desempeñar un papel importante: el de servir de bisagra articuladora entre la pluralidad diferenciada de la sociedad civil y el principal órgano de la soberanía popular del modelo democrático liberal-representativo que es el Parlamento. Los múltiples intereses y diferencias de todo tipo, movilizados en el seno de la sociedad civil por los tradicionales grupos de presión, las organizaciones no gubernamentales, los nuevos movimientos sociales, instituciones sociales como las universidades y las iglesias, etc., tendrían en el Parlamento nacional, junto a la representación inorgánica de los partidos políticos, una representación directa y diferenciada que participaría en esa máxima instancia en la que se deciden los destinos de una sociedad y se crean las leyes que han de regir la convivencia política y social. Se trataría de llevar la sociedad civil al Congreso, proceso contrario al señalado críticamente por Castro Leiva (1998), quien ha manifestado acertadamente su preocupación por la posible "anarquización" de la función pública cuando se pretende sacarla del Congreso para llevarla a la sociedad civil.


2. Entre la democracia representativa y la democracia participativa


En todas partes, la filosofía política de la democracia participativa va sumando progresivamente nuevos adeptos. En Venezuela, específicamente, existe una amplia coincidencia acerca de la necesidad de reformar la actual democracia representativa que tenemos, a la que se la reconoce críticamente como excesivamente representativa, haciéndola cada vez más participativa (Molina, 1985; Combellas, 1988; Fernández, 1995; entre otros). Ello implica el convencimiento axiológico de que la democracia consiste fundamentalmente en la participación ciudadana en los asuntos públicos. Es una concepción sustantiva que rechaza la pretensión de reducir la democracia al decisionismo procedimental de la competencia y la regla de la mayoría. La misma COPRE, organismo oficial de la reforma del Estado y del sistema político en general, ha hecho de este planteamiento la tesis central de la filosofía política que inspira sus esfuerzos. En los trabajos y propuestas de reforma de los diversos autores se observa un mismo enfoque en el que: a) se contemplan los procesos de participación directa como complementarios o añadidos a la democracia representativa vigente; b) se proponen mecanismos de participación política directa de los ciudadanos, de los cuales sobresale, en el área político-constitucional, la figura del referendo en sus múltiples modalidades.

Por mi parte, también comparto esta filosofía política y he insistido, en forma bastante radical, que la verdadera interpretación de la democracia es la democracia de participación directa de todos los ciudadanos en los asuntos públicos que los afectan y definen su destino, y que, por consiguiente, no podemos conformarnos con la sola democracia representativa de la que he sido muy crítico:

"...hay que descartar definitivamente la idea de que la democracia representativa sea la forma normal y final de la democracia. No hacerlo significa falsificar el contenido de la palabra democracia haciendo pasar por tal lo que es su negación.

En lugar de ello, la institución representativa debe ser aceptada a modo de un mal necesario que se ha de aplicar mientras no pueda ser sustituida por fórmulas de democracia participativa. Y, en todo caso, se procurará morigerar sus efectos elitistas recurriendo simultáneamente a instituciones de democracia directa tales como el plebiscito, el referendum, la iniciativa popular y otras más que pudieran imaginarse con la utilización de los sorprendentes avances tecnológicos que continuamente se nos ofrecen en los campos de la informática y de los medios de comunicación que, a diferencia de las tradicionales mencionadas, promueven y desarrollan la comunicación horizontal inherente a la esencia de la democracia. La democracia representativa, combinada con procedimientos cada vez más participativos, ha de ser considerada en términos dinámicos como un proceso de despliegue de sus componentes participativos y repliegue de los representativos hacia un estado final de democracia directa, al que tal vez nunca se llegue, pero que servirá de norte orientador de una práctica permanente de transformación política. Sólo así entendida puede quedar justificada la representación formando parte de la democracia..." (Guevara, 1997: 67-68).

Y he propuesto, incluso, que el criterio para determinar y evaluar el contenido democrático real de un sistema político sea el de la adopción continua de medidas que amplíen la participación:

"...Postulamos que el criterio para decidir si un determinado sistema político es o no democrático ha de ser que se halle progresiva y permanentemente avanzando por la ruta que conduce a la democracia directa ideal; que no abandone la actitud de vigilancia constante y de aprovechamiento de las oportunidades que se le presenten, y de búsqueda y creación de otras nuevas, para proseguir por la senda de una sociedad cada vez más participativa..." (Guevara, 1997: 69).

Sin embargo, la democracia multi-representativa que abordo en este ensayo, aún cuando se mantiene dentro de la misma filosofía política de la participación, guarda diferencias importantes que la separan de las propuestas presentadas hasta ahora. El nuevo enfoque que quiero darle al tema es, aunque suene paradójico, ampliar la participación trabajando en el frente de la representación. Pienso que la insistencia en reformar la democracia representativa incorporándole instituciones de participación, pero dejando intactas las instituciones representativas existentes no es el camino más eficaz. La razón es que los resultados de la participación ciudadana en los asuntos públicos no son muy alentadores. Como Lijphart (1987) ha mostrado con suficiente respaldo empírico, el uso de los mecanismos de participación directa establecidos en las constituciones democráticas ha tendido a ser cada vez menor, consolidándose más bien el carácter representativo de las mismas. También en el campo de la participación en general, trabajos de investigación rigurosos no hacen sino confirmar el hecho de que el comportamiento de los ciudadanos en las democracias actuales no favorece la tesis de su progresiva participación, y de que existen crecientes desigualdades entre ellos a la hora de participar que van en desmedro de quienes disponen de menores recursos, entendidos éstos en forma amplia (dinero, tiempo, educación y habilidades organizacionales).

En verdad, la participación en los asuntos colectivos es un proceso muy complejo que requiere tanto de factores objetivos como de condiciones subjetivas. Es decir, que además de disponer de recursos diversos para poder dedicarlos a la participación, los ciudadanos han de estar dispuestos a invertir parte de esos recursos a la actividad participativa, lo cual supone una actitud ética o espíritu cívico que proporcione al ciudadano la experiencia de sentir el tipo de satisfacción que se deriva de la acción colectiva solidaria y lo haga superar la racionalidad económica que lo lleva a inhibirse de participar en la consecución de los bienes colectivos. Tal como ha mostrado la teoría económica de la política, la participación es un proceso, además de complejo, muy costoso. (Downs, 1957; Olson, 1971).

Y es aquí donde llegamos a una suerte de círculo vicioso, pues para participar se necesita condiciones que el desarrollo de la actual civilización no promueve sino que más bien las niega. La creciente desigualdad en la distribución de los recursos que acompaña al proceso de globalización del capitalismo, niega a priori la posibilidad de participar a grandes mayorías de la población por carecer de la cantidad mínima de ellos necesaria para hacerlo. En cuanto a las minorías que sí disponen de recursos, la ausencia de un nivel de desarrollo ético y moral superior, que tampoco promueven las sociedades postmodernas, las lleva a utilizar esos recursos en actividades privadas de consumo y disfrute que, por su variedad y cantidad, han hecho del tiempo de vida disponible algo sumamente valioso y escaso. Por consiguiente, hemos de ser prudentes y realistas al plantearnos metas concretas de democracia participativa y, sobre todo, no crearnos falsas expectativas a la hora de diseñar nuevas instituciones.

Por eso pienso que, sin abandonar - por supuesto- las reformas dirigidas a establecer procesos de democracia participativa, es mucho, y tal vez más productivo, lo que puede hacerse aún del lado de la representación. Entre la democracia representativa, oligopolizada por los partidos políticos, y las propuestas de perfeccionar la democracia con procedimientos de participación directa, hay un vacío y un terreno fértil en el que se puede trabajar creativamente. La democracia multi-representativa quiere llenar en parte ese vacío. Se aspira con ella a contribuir a la causa común de la "democratización de la democracia" (Combellas, 1988: 51 y ss.) ampliando y mejorando la participación dentro de la representación.

0 comentarios:




Entradas populares

Seguidores

Vistas de página en total