miércoles, 27 de agosto de 2008

Antídotos para errores generados a partir de la "Teología de la Liberación"

Tomado de la Pagina http://www.neoliberalismo.com/
El monopolio es una ofensa criminal, ofende la libertad de elegir, destruye la posibilidad de optar y obliga a pagar un precio mayor al que habría en el mercado si no existiera tal monopolio (si huiusmodi monopolium non esset)

"Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente y como fundamento de todo se ha de tener, es esto: que se debe guardar intacta la propiedad privada" Leon XIII। Rerum Novarum 10। Afirmó Hayek "Los principios teóricos de la economía de mercado... no fueron diseñados por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español"

Un Hombre que emprende un viaje y deja talentos a sus siervos y a la vuelta les pide cuenta, según la capacidad de cada uno, y al que enterró su único talento se lo quita y se lo da al que tiene diez, diciendo: "Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene se le arrancará hasta lo que parece tener y al siervo inútil se lo lanzará a las tinieblas exteriores".
(Mt.25,11-30).

Cuando se aborda este tema sin las necesarias distinciones y los indispensables esclarecimientos, se producen algunas confusiones que han llevado a que algunos vean casi una antinomia entre ambos conceptos: DOCTRINA CATÓLICA y ECONOMÍA DE MERCADO. Esto sin contar con la intencional manipulación promovida por los deformadores profesionales de la doctrina católica en favor del socialo comunismo, fuente de mil otras confusiones y semillero de innumerables y perniciosos errores.

La Doctrina Católica, como es sabido, comprende al hombre por entero y no apenas al homens economicus. La Moral, por ejemplo, aborda problemas individuales y colectivos; problemas de conciencia, problemas de justicia social y de caridad; las obligaciones del hombre para con Dios y para con su prójimo; etc.

Abordar la economía, ciencia de lo real y concreto, como un asunto de caridad y de filantropía, y no de justicia, de libertad, de realidad, es desnaturalizarla, tomarla por otra cosa, por más noble, honesta y necesaria que sea, eso no es economía. Tomar lo que dice la Iglesia a la conciencia individual, como consejo evangélico u obligación ante Dios, como siendo directiva económica será fuente de malentendidos, causa de injusticias y de perjuicios irreparables, por mejores que sean las intenciones.

Por otra parte, asimilar la libertad, ese don precioso con que Dios dotó a la creatura humana, con el liberalismo filosófico y específicamente con la actitud de quien destrona a Dios, se independiza de Él y se "libera" de su Ley, lleva similarmente a confusiones. Por eso es preferible hablar de "Economía de Mercado". Tanto más que, la moderna economía tiene su antecedente no en Adam Smith, David Ricardo, los fisiócratas franceses, el liberalismo filosófico, sino, para Occidente al menos, su origen lo encontramos en la Escolástica y en la economía medieval.

De hecho, aunque no sea muy divulgado, San Alberto Magno y Santo Tomás fundaron una escuela de economía que sistematizó los conocimientos del orden natural económico y que más tarde tuvo un gran desarrollo con San Bernardino de Siena, para algunos el mayor economista de todos los tiempos, San Antonino de Florencia, la Escuela de Salamanca, con el Cardenal Cayetano y el famoso Domingo de Soto, los primeros jesuitas, con Vives y Mariana, entre otros...

Es así como un destacado pensador del siglo XX en esta materia, el premio Nobel Friedrich A. Hayek, llegó a afirmar que "los principios teóricos de la economía de mercado... no fueron diseñados por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español". En efecto, se podrían citar varios Doctores, ignacianos o salamantinos, que ya en el siglo XVI abordaron con extraordinaria lucidez la realidad natural contenida en las leyes de la oferta y la demanda, el influjo de la cantidad de dinero circulante en los precios, el comercio internacional...

Una fuente inagotable de confusiones en nuestro tema radica en la simplificación con que muchas veces se considera -sacándola de contexto- la enseñanza contenida en las llamadas Enciclicas Sociales. Por ejemplo, no considerar con la debida atención la distinción dada por el Magisterio Pontificio al respecto del propietario y las obligaciones que le son inherentes.

La Propiedad Privada es un pilar fundamental de la economía de mercado y es, a su vez, base no menos fundamental de la Moral y del Orden Católico.

El Prof. Plinio Correa de Oliveira en su ensayo "La Libertad de la Iglesia en el Estado Comunista" muestra la ligazón íntima existente entre la vigencia de este principio y la santificación de los fieles (Mandamientos, noción de justicia, etc.) y concluye que la Iglesia no puede transigir en este punto sin traicionar gravemente su misión. Esta tesis fue elogiada por una de las más altas Congregaciones del Vaticano y considerada "eco fidelísimo del sagrado magisterio".

El respeto a la propiedad conlleva el respeto a la libertad, así como su violación implica coartar la libertad. Ambos conceptos están íntimamente ligados.

Tan sagrada es la propiedad que no solamente es objeto de dos mandamientos de la Ley de Dios, sino que el Divino Maestro, como relatan los Evangelios, nos explicó el Reino de los Cielos y nos dio a conocer a Dios usando repetidas veces la imagen de un gran propietario, de un señor de siervos a los que pide cuentas, que exige severamente que produzcan, que proclama el derecho de hacer con sus bienes lo que bien entienda:

"El reino de los cielos - enseña- es semejante a:

Un Rey que preparó el banquete de bodas de su hijo y manda a sus siervos lanzar amarrado de pies y manos a la tinieblas exteriores al que se presentó al banquete sin el vestido nupcial (Lc.22,1-14)

Un padre de familia que planta una viña, construye una cerca para defenderla, construye un lagar, eleva una torre, la arrienda... (Mt 21, 33-41)

Un propietario de una viña que sale a diferentes horas del día a contratar operarios para su viña y paga lo mismo al que trabajó todo el día que el que lo hizo solamente una hora (Mt 20, 1-16)

Un Hombre que emprende un viaje y deja talentos a sus siervos y a la vuelta les pide cuenta según la capacidad de cada uno y al que enterró su único talento se lo quita y se lo da al que tiene diez, diciendo: "Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene se le arrancará hasta lo que parece tener y al siervo inútil se lo lanzará a las tinieblas exteriores". (Mt.25,11-30).

Si esas imágenes de propiedad y de señorío no fuesen esencialmente buenas, Dios no podría servirse de ellas para explicar y revelarnos aquello que hay de más alto, noble y justo, como es el Reino de los Cielos y como lo es Dios mismo.

Es así que no extraña que los papas de las Encíclicas sociales sean tajantes en esta materia y asienten este derecho como cosa principal. Y no solamente porque sea un derecho legítimo, sino porque además es de justicia respetarlo y es algo esencial para el Bien Común y la prosperidad general.

"Quede, pues, sentado que cuando se busca el modo de aliviar a los pueblos, lo que principalmente y como fundamento de todo se ha de tener, es esto: que se debe guardar intacta la propiedad privada" Leon XIII. Rerum Novarum # 10.

***

No obstante, si la propiedad, como lo dice la palabra, pertenece al propietario, y éste es señor y dueño, la Doctrina Católica recuerda también a los propietarios y, con insistencia no menor, las obligaciones de caridad que tienen con su prójimo, que pueden llegar a ser muy graves; elogia el desprendimiento, fomenta la caridad, instituye el voto de pobreza, etc. Inclusive predicadores, a veces llevados a las honras de los altares, llegan a apostrofar el egoísmo de los ricos,...

Parece contradictorio pero lo es solo en apariencia. Basta prestar atención a qué se están refiriendo y en qué sentido lo están diciendo. En su divino equilibrio, la Iglesia enseña que hay inherentes a la propiedad -como también a los bienes de inteligencia, savoir faire, savoir plaire, habilidad manual, salud, condición social, etc., obligaciones de caridad -además de las de justicia- de las cuales tendrán que dar cuenta a Dios, pero que no corresponde a la autoridad civil exigirlas pues escapan a su alzada. Responsabilidades que no pueden ser exigidas por ley sin violentar la justicia, coartar la libertad y caer en el totalitarismo. Son obligaciones que pertenecen al ámbito de las relaciones del hombre con Dios porque a Dios, nuestro creador y providente sustentador, de todo deberemos dar cuenta, hasta de las palabras vanas, de las acciones y de las omisiones, por que Él es Dios y nosotros sus creaturas. Pero es a Dios... no al Estado, ni al juez terreno a quien debemos dar cuenta.

Así, una cosa es el predicador hablando a las conciencias individuales a las cuales recuerda las obligaciones morales frente a Dios y otra es la Iglesia enseñando los principios del orden natural y los imperativos de la justicia social que han de regir la convivencia humana, éstos sí objeto de la ley civil y de la justicia terrenal.

El hombre frente a Dios es administrador de sus bienes y de los talentos que posee, pero frente a los otros hombres y al estado, es señor y dueño verdadero. La Iglesia, representando a Dios, habla en ambas esferas. Al Estado cabe cuidar de una, la esfera pública, la esfera de la justicia conmutativa y de la justicia distributiva, bien entendidas, por cierto. Ir más allá y tratar al propietario como mero administrador es acabar con el carácter individual, privado, de la propiedad, transformándola en social; es intentar, vanamente, sustituir a Dios, con lo que se vuelve totalitario.

La Iglesia cuando recuerda al propietario sus deberes morales con relación a los pobres y les dice que han de dar cuenta a Dios del uso que hagan de sus bienes, no está hablando de economía ni está proponiendo un principio de orden social y económico, está hablando a la conciencia individual, está tratando de obligaciones morales que no pueden ser exigidas por ley y justicia civiles.

Pero la Iglesia proporciona también los principios del recto orden social: ahí habla de justicia. Para la recta convivencia social ambas son necesarias. Aquí se destaca el papel insustituible de la religión para la obtención de la paz verdadera, esto es la tranquilidad en el orden, y de la prosperidad auténtica y justa.

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